martes, 29 de enero de 2013

Las tierras del islam a través de sus ojos: literatura de viajes y maravillas


Dentro del discurso historiográfico del islam medieval se puede encontrar un elemento fundamental, de enorme repercusión en la Europa Occidental y en la construcción de un imaginario colectivo, cuyas huellas se pueden rastrear incluso hasta nuestros días: La literatura de viajes. Se puede encontrar en dos términos, muy relacionados entre sí, riḥla y ‘aŷā’ib .



Comenzando por ‘aŷā’ib, por ser el primero en antigüedad, cabe señalar que se trata de un concepto ecléctico y complejo. El origen más básico de esta literatura es la propia dinámica de los pueblos para buscar explicación de los elementos que componen el mundo que los rodea. Se podría considerar, por tanto, de la base tanto de los relatos historiográficos y geográficos, imbuidos por la simbología propia de los pueblos de la antigüedad, como veremos, y por lo tanto de marcados elementos religiosos, pero también de un carácter de transmisión popular, sin embargo, ya entrado el siglo XII se puede discernir una intención de carácter científico en los relatos de viaje. Aunque la etimología está clara, pues la raíz ‘aŷaba, en su segunda forma significa “causar admiración” y en la cuarta “asombrar”, mientras que ‘aŷab como sustantivo es “asombro” o “estupefacción”, y como adjetivo, ‘aŷība (pl.‘aŷā’ib) significa “maravilla” o “curiosidad”. Sin embargo, la conciencia de lo maravilloso es interdisciplinar, no se aferra únicamente a la geografía, la historia o relatos fantásticos.
Para comprender el significado completo de los libros de ‘aŷā’ib, es preciso hacerse una idea de la extensión que alcanzó el vasto imperio islámico, en expansión política y administrativa desde el siglo VI. El contexto de intercambio, de profundo dinamismo comercial y el papel que realizaron los mercaderes, partiendo desde Iraq o el norte de Arabia como el centro del mundo, supuso también una revitalización de la cultura a todos los niveles, pues la cultura popular tiene un protagonismo especial en la base de este tipo de relatos. Como señala Ladero Quesada, la expansión islámica supuso el contacto de tres zonas muy diferentes gracias a los viajeros y comerciantes: el Extremo Oriente indio y chino, África negra y Europa occidental. La dinastía ‘abbāsí, en los comienzos de su gobierno, realizó un tremendo impulso para conectar y mantener de alguna manera cohesionadas esas regiones tan lejanas, como se puede apreciar por el servicio de correos, que ya existía con anterioridad, pero se hizo fuerte a partir del siglo IX. Conllevó la aparición de un conjunto de obras que buscaban conocer en profundidad los confines del imperio. En los antecedentes de este género, si se puede llamar así, radica la importancia de recoger datos de todo tipo, todo el saber que fuese posible y conocido en torno a países dentro de la contextura islámica. Relatos históricos, con contenido botánico, astronómico, matemático, en los que, por supuesto, no podía faltar cierto sentido estético que además amenizase la lectura, lo que suponía la introducción de elementos maravillosos – aunque éstos no solo estaban presentes como divertimento, dentro de los datos que recopilaban se incluían los propios relatos que se contaban en aquellas tierras, sin discernir muy bien el carácter mítico de la realidad – y un estilo fácil, una exposición que permitiese gran difusión a sus obras. El imperio ‘abbāsí supuso una reestructuración religiosa, social y política, que desembocó en el origen de una cultura árabigo-islámica. Su centro cultural primero fue Basora, pero a partir del siglo IX se trasladó a Bagdad, el sol del universo cultural islámico, el jardín donde se cultivaron la literatura, las ciencias y las artes, como refleja la creación de Dār al-Ḥikma (la Casa de la Sabiduría). El propio califa al-Ma’mūn (813-833) promovió la traducción de obras griegas. En torno a lo que supuso Dār al-Ḥikma , es muy importante para el impulso cultural ‘abbāsí el papel de personajes como Ḥunayn b. Iṣḥāq. El califa Abū Ya’far al-Manṣūr (754-775) impulsó, conforme iba a más la expansión ‘abbāsí, la traducción de las obras científicas de aquellos países que entraban dentro de la órbita islámica, en la línea que seguían los gobernantes, ante la pretensión de situar dentro de la ecúmene los lugares fantásticos recogidos en el Corán. Influye también el hecho de que la naturaleza, desde fechas muy tempranas dentro del califato, fue objeto de curiosidad y estudio de cariz científico, partiendo desde el principio de observación directa (‘iyād).
Un elemento propio de las obras de ‘aŷā’ib es el relato sobre viajeros, situado en regiones de los confines del dominio islámico. Son relatos más o menos fabulosos, a veces transformados intencionadamente, con un estilo de lectura fácil y llenos de aventuras, de animales monstruosos y anécdotas tras intensas tempestades. La obra más antigua de este tipo es anónima, titulada Ajbār al-Sīn wa-l-Hind (Noticias de China y la India), datada en el año 851, que recoge este tipo de informaciones de mercaderes y marineros que viajaban a la India y a Extremo Oriente. Esta obra tuvo gran influencia en los posteriores trabajos de geografía, como veremos más adelante, e incluso en Las aventuras de Sindbāb el marino. Otros dos autores posteriores, del mismo estilo, que recogen historias de capitanes de barco, mercaderes, armadores… Abū Zay al-Ḥasan, a principios del siglo X, hace una continuación de Ajbār… una segunda parte que continúa con la misma temática, a raíz de las historias que llegaban a Bagdad. Buzrg b. Šahriyār, de origen persa, es autor de Kitāb ‘aŷa’ib al-Hind (libro de las maravillas de la India). Desde el siglo X, aproximadamente, hasta la segunda mitad del siglo XII, la literatura de ‘aŷā’ib sufren cierta decadencia, pues se impone un carácter más científico en las obras.

A partir del siglo XII se da la aparición del género riḥla. El término riḥla significa “viaje, partida, marcha, salida, emigración, periplo, itinerario, relato de viaje”. Fue el significado de “relato de viaje” el que se utilizó como generalización de este término en la literatura árabe. Según Felipe Maíllo Salgado, estaría a medio camino entre la geografía descriptiva y la novela de aventuras. Este género se pone en práctica casi exclusivamente por autores andalusíes y magrebíes. Tiene dos dimensiones, en cuanto a las motivaciones que llevaban a los viajes. Por un lado, la peregrinación a la Meca y los Santos Lugares del Hiŷāz, haciendo una descripción de las ceremonias de peregrinación y por tanto, constituyendo una especie de “guía de viaje” para los peregrinos. El carácter religioso es determinante, como veremos más adelante, y el carácter preferente de este precepto lo convertía en uno de los principales motivos de viaje. Además, el carácter de peregrino, da prestigio al autor del relato y lo convierte en una autoridad, invistiéndolo de un carácter casi heroico. Por otra parte, había otro motivo para el viaje, lo que Felipe Maíllo Salgado llama “adquirir la ciencia” (ṯalab al-‘ilm) en los grandes centros orientales como Bagdad, Damasco, El Cairo o Alejandría. Este viaje de búsqueda de sabiduría ya se daba desde época temprana. El considerado como primer autor de riḥla es Abū Ḥāmid al-Garnāṭī (1080-1169), con su obra Tuḥfat al-albād, “regalo de los espíritus” que cuenta sus vivencias por el norte de África, Siria, Iraq, Persia, Transoxiana y toda la región sur y centro de Rusia. También tiene otra obra, enmarcada en la literatura de ‘aŷā’ib, sobre el Magreb. Dos de los grandes autores de este género, los más conocidos, son Ibn Ŷubayr (1145-1217), que viajó hasta en tres ocasiones a Tierra Santa y otorgó relatos de grandísimo interés etnográfico e histórico también por la coyuntura del momento, e Ibn Baṭṭūṭa (1304-1368/69). Este último recorrió de un extremo a otro los territorios que se encontraban bajo influencia del islam en aquella época, recogiendo informaciones valiosísimas.

Aunque son dos géneros diferenciados, sí que se puede encontrar un sustrato común sobre el que se apoyan tanto ‘aŷā’ib como riḥla, de ahí que muchos autores se encuadren tanto en uno como en otro, sin hacer una verdadera distinción. Aunque por lo general, los autores de ‘aŷā’ib no siempre tienen por qué contar sus propias vivencias, sino que también hacen recopilaciones de relatos de marineros, mercaderes y viajeros; mientras que los autores de riḥla sí que hemos visto que reflejan sus propias vivencias de primera mano, aunque recojan relatos de los lugares que van recorriendo. El relato de viajes y maravillas se mueve entre varias aguas.  Tiene un fuerte componente mítico, de herencia de la Antigüedad, principalmente helenístico. La narración mítica se remonta a tiempos prestigiosos y lejanos, algo que se comparte con las pretensiones de la historiografía islámica, es conocida y transmitida en el seno de la comunidad, y se encarga de enmarcar y dirigir ámbitos concretos de la vida de los hombres. Todos los pueblos que estuvieron de alguna forma bajo influencia griega adaptaron los conceptos míticos a sus propios gustos. Aunque la leyenda heroica, con cierto carácter mítico, se dio desde antes del mundo griego, como prueba la leyenda de Gilgamesh. De manera que no es extraño que en un territorio compuesto por tantas influencias, por una tradición mítica y de tanta extensión – con lo que esto supone para el viajero ansioso de aventuras – se diese el desarrollo de este tipo de literatura.
El cuento o narración maravillosa también se encuentra dentro del mito y probablemente este sea uno de los elementos más llamativos de este tipo de relaciones o descripciones: la aparición de monstruos, genios, lugares fantásticos… Pero también contiene una fuerte carga simbólica y escatológica. En el propio Corán se recogen leyendas preislámicas. Pero además, la observación de la naturaleza como fruto de la creación de Dios lleva a interpretar y buscar representaciones del curso natural de las cosas, explicando todo aquello que pueda ser incomprensible. La incorporación en la naturaleza de seres y fenómenos relacionados con la escatología también llevó a muchos gobernantes a situar dentro de los límites conocidos aquellos lugares reflejados en el Corán. Esto llevaba a la identificación de territorios como la tierra de Gog y Magog. Algo que, por otra parte, se daba también en el cristianismo, mediante interpretaciones de profecías y de textos bíblicos que llevaban a identificar, por poner un ejemplo concreto, la tierra de Gog con el reino de los godos, es decir, Hispania, en la Crónica Profética, del ciclo historiográfico asturiano, con el fin de construir, a raíz de ahí, un discurso determinado. Y también en el judaísmo, al identificar la península Ibérica con “Sefarad”. En palabras de M. Arkoun “toda percepción da lugar a una representación mental con referencia a un espacio y un tiempo determinados. El Corán selecciona en el universo creado y en la historia dirigida por Dios los objetos y los conceptos dignos de ser percibidos (…)”. En el Corán se aprecia una mirada de la conciencia al mundo exterior y la creación de Dios (el sol, la luna, las estrellas, la tierra, el trueno, las montañas, el mar…) son testimonios del poder creador de Dios. De manera que la descripción de éstos tiene, en cierta forma, una dimensión simbólica en relación a la religión. Este componente se presenta de forma clara, por ejemplo, en la obra de Abū Ḥāmid al-Garnāṭī, en la que hace referencia constante a hadīṯes y aleyas del Corán para ilustrar los hechos que relata.

De forma breve, para finalizar, es preciso señalar la importancia de este tipo de relatos para el desarrollo de la historiografía y la geografía de años posteriores. A la geografía se le atribuyen orígenes tanto babilónicos, recogidos en el Corán, como en la propia tradición profética y la poesía preislámica. Con la ya comentada expansión ‘abbāsí y la traducción de obras de los países que se iban incorporando, se ampliaba el conocimiento geográfico del mundo conocido dentro del islam. También la geografía cuenta, como no podía ser de otra manera, con profundas influencias helenísticas como Ptolomeo (m. 160), Marino de Tiro o incluso Platón y Aristóteles. La geografía era parte de esa miscelánea de obras que, en los primeros momentos de la dinastía ‘abbāsí, tenían diversas funciones: administrativas, comerciales, religiosas. Además, respondía a la representación de una cosmogonía – y ahí radica precisamente su relación con la literatura de maravillas o de viajes – pues se buscaba una presentación de la ecúmene, señalando y describiendo montañas, mares, ríos, pero también todo tipo de maravillas de la naturaleza. El interés estaba en los datos que se recogían sobre las islas, las ciudades y los accidentes geográficos, sin buscar demasiado qué había de cierto en las noticias que llegaban. En este campo, la influencia de la obra Ajbār al-Sīn wa-l-Hind (Noticias de China y la India) fue determinante. El primero en sacar provecho fue Ibn Jurdāḏbih, al que siguieron otros geógrafos que delimitaron en cierta manera esta ciencia como tal, en momentos más posteriores como Ibn al-Faqī, Ibn Rusta, al-Mas’ūdī, Ibrahm b. Wāsif-Šah, al-Birūnī, al-Marwāzī, o el célebre al-Idrīsī. Eran obras geográficas de carácter literario o descriptivo que recogían datos relacionados con diferentes lugares dentro del vasto conjunto territorial del islam. Aunque entre los siglos X y XII hubo cierta división entre la geografía y la literatura de viajes, pues se buscó mayor rigor científico y se desecharon los relatos de maravillas, la línea de separación entre ambas disciplinas siempre fue muy difusa. Algo parecido ocurre con la historiografía. No hay más que fijarse en los títulos de las crónicas y en la importancia de la palabra ajbār (noticia). Al fin y al cabo, se articula un discurso descriptivo en diversos aspectos, en la literatura de viajes, tanto en el género de ‘aŷā’ib como riḥla, que articularon el imaginario colectivo de toda una época, a través de estos relatos y la creación de una cosmogonía y leyendas que se transmitían con facilidad gracias al dinamismo del comercio y a zonas de contacto entre Oriente y Occidente, que trasladaron este imaginario también a Europa. El Mediterráneo se presenta como una vía de difusión de leyendas, con el papel preponderante de estas obras y de los marinos, mercaderes, cruzados, etc., cuya influencia alcanza, incluso, a nuestros días. 

DELGADO PÉREZ, M. Lo real y lo maravilloso en la ecúmene del siglo XIII. Lsa islas en el Atar al-bilad de al-Qazwini, Alfar, Sevilla, 2003
IBN BATTUTA, A través del Islam, introducción, traducción y notas de Serafín Fanjul y Federico Arbós, Alianza, Madrid, 1989
IBN YUBAYR, A través de Oriente (rihla), introducción, traducción, notas e índices de Felipe Maíllo Salgado, Alianza, Madrid, 2007
Viajar en la Edad Media, Semana de Estudios Medievales 19º 2008 Nájera, Instituto de Estudios riojanos, Logroño, 2009 

Aurora González Artigao

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