Dentro del discurso historiográfico del islam medieval se
puede encontrar un elemento fundamental, de enorme repercusión en la Europa
Occidental y en la construcción de un imaginario colectivo, cuyas huellas se
pueden rastrear incluso hasta nuestros días: La literatura de viajes. Se puede
encontrar en dos términos, muy relacionados entre sí, riḥla y ‘aŷā’ib .
Comenzando
por ‘aŷā’ib, por ser el primero en
antigüedad, cabe señalar que se trata de un concepto ecléctico y complejo. El
origen más básico de esta literatura es la propia dinámica de los pueblos para
buscar explicación de los elementos que componen el mundo que los rodea. Se
podría considerar, por tanto, de la base tanto de los relatos historiográficos
y geográficos, imbuidos por la simbología propia de los pueblos de la
antigüedad, como veremos, y por lo tanto de marcados elementos religiosos, pero
también de un carácter de transmisión popular, sin embargo, ya entrado el siglo
XII se puede discernir una intención de carácter científico en los relatos de
viaje. Aunque la etimología está clara, pues la raíz ‘aŷaba, en su segunda forma significa “causar admiración” y en la
cuarta “asombrar”, mientras que ‘aŷab
como sustantivo es “asombro” o “estupefacción”, y como adjetivo, ‘aŷība (pl.‘aŷā’ib) significa “maravilla” o “curiosidad”. Sin embargo, la
conciencia de lo maravilloso es interdisciplinar, no se aferra únicamente a la
geografía, la historia o relatos fantásticos.
Para
comprender el significado completo de los libros de ‘aŷā’ib, es preciso hacerse una idea de la extensión que alcanzó el
vasto imperio islámico, en expansión política y administrativa desde el siglo
VI. El contexto de intercambio, de profundo dinamismo comercial y el papel que
realizaron los mercaderes, partiendo desde Iraq o el norte de Arabia como el
centro del mundo, supuso también una revitalización de la cultura a todos los
niveles, pues la cultura popular tiene un protagonismo especial en la base de
este tipo de relatos. Como señala Ladero Quesada, la expansión islámica supuso
el contacto de tres zonas muy diferentes gracias a los viajeros y comerciantes:
el Extremo Oriente indio y chino, África negra y Europa occidental. La dinastía
‘abbāsí, en los comienzos de su gobierno, realizó un tremendo impulso para
conectar y mantener de alguna manera cohesionadas esas regiones tan lejanas,
como se puede apreciar por el servicio de correos, que ya existía con
anterioridad, pero se hizo fuerte a partir del siglo IX. Conllevó la aparición
de un conjunto de obras que buscaban conocer en profundidad los confines del
imperio. En los antecedentes de este género, si se puede llamar así, radica la
importancia de recoger datos de todo tipo, todo el saber que fuese posible y
conocido en torno a países dentro de la contextura islámica. Relatos
históricos, con contenido botánico, astronómico, matemático, en los que, por
supuesto, no podía faltar cierto sentido estético que además amenizase la
lectura, lo que suponía la introducción de elementos maravillosos – aunque
éstos no solo estaban presentes como divertimento, dentro de los datos que
recopilaban se incluían los propios relatos que se contaban en aquellas
tierras, sin discernir muy bien el carácter mítico de la realidad – y un estilo
fácil, una exposición que permitiese gran difusión a sus obras. El imperio ‘abbāsí
supuso una reestructuración religiosa, social y política, que desembocó en el
origen de una cultura árabigo-islámica. Su centro cultural primero fue Basora,
pero a partir del siglo IX se trasladó a Bagdad, el sol del universo cultural
islámico, el jardín donde se cultivaron la literatura, las ciencias y las
artes, como refleja la creación de Dār
al-Ḥikma (la Casa de la Sabiduría). El propio califa al-Ma’mūn (813-833)
promovió la traducción de obras griegas. En torno a lo que supuso Dār al-Ḥikma , es muy importante para el
impulso cultural ‘abbāsí el papel de personajes como Ḥunayn b. Iṣḥāq. El califa
Abū Ya’far al-Manṣūr (754-775) impulsó, conforme iba a más la expansión
‘abbāsí, la traducción de las obras científicas de aquellos países que entraban
dentro de la órbita islámica, en la línea que seguían los gobernantes, ante la
pretensión de situar dentro de la ecúmene los lugares fantásticos recogidos en
el Corán. Influye también el hecho de que la naturaleza, desde fechas muy
tempranas dentro del califato, fue objeto de curiosidad y estudio de cariz
científico, partiendo desde el principio de observación directa (‘iyād).
Un
elemento propio de las obras de ‘aŷā’ib
es el relato sobre viajeros, situado en regiones de los confines del dominio
islámico. Son relatos más o menos fabulosos, a veces transformados
intencionadamente, con un estilo de lectura fácil y llenos de aventuras, de
animales monstruosos y anécdotas tras intensas tempestades. La obra más antigua
de este tipo es anónima, titulada Ajbār
al-Sīn wa-l-Hind (Noticias de China y la India), datada en el año 851, que
recoge este tipo de informaciones de mercaderes y marineros que viajaban a la
India y a Extremo Oriente. Esta obra tuvo gran influencia en los posteriores
trabajos de geografía, como veremos más adelante, e incluso en Las aventuras de Sindbāb el marino. Otros
dos autores posteriores, del mismo estilo, que recogen historias de capitanes
de barco, mercaderes, armadores… Abū Zay al-Ḥasan, a principios del siglo X,
hace una continuación de Ajbār… una
segunda parte que continúa con la misma temática, a raíz de las historias que
llegaban a Bagdad. Buzrg b. Šahriyār, de origen persa, es autor de Kitāb ‘aŷa’ib al-Hind (libro de las
maravillas de la India). Desde el siglo X, aproximadamente, hasta la segunda
mitad del siglo XII, la literatura de ‘aŷā’ib
sufren cierta decadencia, pues se impone un carácter más científico en las
obras.
A
partir del siglo XII se da la aparición del género riḥla. El término riḥla
significa “viaje, partida, marcha, salida, emigración, periplo, itinerario,
relato de viaje”. Fue el significado de “relato de viaje” el que se utilizó
como generalización de este término en la literatura árabe. Según Felipe Maíllo
Salgado, estaría a medio camino entre la geografía descriptiva y la novela de
aventuras. Este género se pone en práctica casi exclusivamente por autores
andalusíes y magrebíes. Tiene dos dimensiones, en cuanto a las motivaciones que
llevaban a los viajes. Por un lado, la peregrinación a la Meca y los Santos
Lugares del Hiŷāz, haciendo una descripción de las ceremonias de peregrinación
y por tanto, constituyendo una especie de “guía de viaje” para los peregrinos. El
carácter religioso es determinante, como veremos más adelante, y el carácter
preferente de este precepto lo convertía en uno de los principales motivos de
viaje. Además, el carácter de peregrino, da prestigio al autor del relato y lo
convierte en una autoridad, invistiéndolo de un carácter casi heroico. Por otra
parte, había otro motivo para el viaje, lo que Felipe Maíllo Salgado llama
“adquirir la ciencia” (ṯalab al-‘ilm)
en los grandes centros orientales como Bagdad, Damasco, El Cairo o Alejandría.
Este viaje de búsqueda de sabiduría ya se daba desde época temprana. El
considerado como primer autor de riḥla es
Abū Ḥāmid al-Garnāṭī (1080-1169), con su obra Tuḥfat al-albād, “regalo de los espíritus” que cuenta sus vivencias
por el norte de África, Siria, Iraq, Persia, Transoxiana y toda la región sur y
centro de Rusia. También tiene otra obra, enmarcada en la literatura de ‘aŷā’ib, sobre el Magreb. Dos de los
grandes autores de este género, los más conocidos, son Ibn Ŷubayr (1145-1217),
que viajó hasta en tres ocasiones a Tierra Santa y otorgó relatos de grandísimo
interés etnográfico e histórico también por la coyuntura del momento, e Ibn Baṭṭūṭa
(1304-1368/69). Este último recorrió de un extremo a otro los territorios que
se encontraban bajo influencia del islam en aquella época, recogiendo
informaciones valiosísimas.
Aunque
son dos géneros diferenciados, sí que se puede encontrar un sustrato común
sobre el que se apoyan tanto ‘aŷā’ib como
riḥla, de ahí que muchos autores se
encuadren tanto en uno como en otro, sin hacer una verdadera distinción. Aunque
por lo general, los autores de ‘aŷā’ib
no siempre tienen por qué contar sus propias vivencias, sino que también hacen
recopilaciones de relatos de marineros, mercaderes y viajeros; mientras que los
autores de riḥla sí que hemos visto
que reflejan sus propias vivencias de primera mano, aunque recojan relatos de
los lugares que van recorriendo. El relato de viajes y maravillas se mueve
entre varias aguas. Tiene un fuerte
componente mítico, de herencia de la Antigüedad, principalmente helenístico. La
narración mítica se remonta a tiempos prestigiosos y lejanos, algo que se
comparte con las pretensiones de la historiografía islámica, es conocida y
transmitida en el seno de la comunidad, y se encarga de enmarcar y dirigir
ámbitos concretos de la vida de los hombres. Todos los pueblos que estuvieron
de alguna forma bajo influencia griega adaptaron los conceptos míticos a sus
propios gustos. Aunque la leyenda heroica, con cierto carácter mítico, se dio
desde antes del mundo griego, como prueba la leyenda de Gilgamesh. De manera
que no es extraño que en un territorio compuesto por tantas influencias, por
una tradición mítica y de tanta extensión – con lo que esto supone para el
viajero ansioso de aventuras – se diese el desarrollo de este tipo de
literatura.
El cuento o narración maravillosa también se
encuentra dentro del mito y probablemente este sea uno de los elementos más
llamativos de este tipo de relaciones o descripciones: la aparición de
monstruos, genios, lugares fantásticos… Pero también contiene una fuerte carga
simbólica y escatológica. En el propio Corán se recogen leyendas preislámicas.
Pero además, la observación de la naturaleza como fruto de la creación de Dios
lleva a interpretar y buscar representaciones del curso natural de las cosas,
explicando todo aquello que pueda ser incomprensible. La incorporación en la
naturaleza de seres y fenómenos relacionados con la escatología también llevó a
muchos gobernantes a situar dentro de los límites conocidos aquellos lugares
reflejados en el Corán. Esto llevaba a la identificación de territorios como la
tierra de Gog y Magog. Algo que, por otra parte, se daba también en el
cristianismo, mediante interpretaciones de profecías y de textos bíblicos que
llevaban a identificar, por poner un ejemplo concreto, la tierra de Gog con el
reino de los godos, es decir, Hispania, en la Crónica Profética, del ciclo
historiográfico asturiano, con el fin de construir, a raíz de ahí, un
discurso determinado. Y también en el judaísmo, al identificar la península
Ibérica con “Sefarad”. En palabras de M. Arkoun “toda percepción da lugar a una
representación mental con referencia a un espacio y un tiempo determinados. El
Corán selecciona en el universo creado y en la historia dirigida por Dios los
objetos y los conceptos dignos de ser percibidos (…)”. En el Corán se aprecia
una mirada de la conciencia al mundo exterior y la creación de Dios (el sol, la
luna, las estrellas, la tierra, el trueno, las montañas, el mar…) son
testimonios del poder creador de Dios. De manera que la descripción de éstos
tiene, en cierta forma, una dimensión simbólica en relación a la religión. Este
componente se presenta de forma clara, por ejemplo, en la obra de Abū Ḥāmid al-Garnāṭī,
en la que hace referencia constante a hadīṯes
y aleyas del Corán para ilustrar los hechos que relata.
De
forma breve, para finalizar, es preciso señalar la importancia de este tipo de
relatos para el desarrollo de la historiografía y la geografía de años
posteriores. A la geografía se le atribuyen orígenes tanto babilónicos,
recogidos en el Corán, como en la propia tradición profética y la poesía
preislámica. Con la ya comentada expansión ‘abbāsí y la traducción de obras de
los países que se iban incorporando, se ampliaba el conocimiento geográfico del
mundo conocido dentro del islam. También la geografía cuenta, como no podía ser
de otra manera, con profundas influencias helenísticas como Ptolomeo (m. 160),
Marino de Tiro o incluso Platón y Aristóteles. La geografía era parte de esa
miscelánea de obras que, en los primeros momentos de la dinastía ‘abbāsí,
tenían diversas funciones: administrativas, comerciales, religiosas. Además,
respondía a la representación de una cosmogonía – y ahí radica precisamente su
relación con la literatura de maravillas o de viajes – pues se buscaba una
presentación de la ecúmene, señalando y describiendo montañas, mares, ríos,
pero también todo tipo de maravillas de la naturaleza. El interés estaba en los
datos que se recogían sobre las islas, las ciudades y los accidentes
geográficos, sin buscar demasiado qué había de cierto en las noticias que
llegaban. En este campo, la influencia de la obra Ajbār al-Sīn wa-l-Hind (Noticias de China y la India) fue
determinante. El primero en sacar provecho fue Ibn Jurdāḏbih, al que siguieron
otros geógrafos que delimitaron en cierta manera esta ciencia como tal, en
momentos más posteriores como Ibn al-Faqī, Ibn Rusta, al-Mas’ūdī, Ibrahm b.
Wāsif-Šah, al-Birūnī, al-Marwāzī, o el célebre al-Idrīsī. Eran obras
geográficas de carácter literario o descriptivo que recogían datos relacionados
con diferentes lugares dentro del vasto conjunto territorial del islam. Aunque
entre los siglos X y XII hubo cierta división entre la geografía y la
literatura de viajes, pues se buscó mayor rigor científico y se desecharon los
relatos de maravillas, la línea de separación entre ambas disciplinas siempre
fue muy difusa. Algo parecido ocurre con la historiografía. No hay más que
fijarse en los títulos de las crónicas y en la importancia de la palabra ajbār (noticia). Al fin y al cabo, se
articula un discurso descriptivo en diversos aspectos, en la literatura de
viajes, tanto en el género de ‘aŷā’ib como
riḥla, que articularon el imaginario
colectivo de toda una época, a través de estos relatos y la creación de una
cosmogonía y leyendas que se transmitían con facilidad gracias al dinamismo del
comercio y a zonas de contacto entre Oriente y Occidente, que trasladaron este
imaginario también a Europa. El Mediterráneo se presenta como una vía de
difusión de leyendas, con el papel preponderante de estas obras y de los
marinos, mercaderes, cruzados, etc., cuya influencia alcanza, incluso, a nuestros días.
DELGADO
PÉREZ, M. Lo real y lo maravilloso en la
ecúmene del siglo XIII. Lsa islas en el Atar al-bilad de al-Qazwini, Alfar,
Sevilla, 2003
IBN
BATTUTA, A través del Islam, introducción,
traducción y notas de Serafín Fanjul y Federico Arbós, Alianza, Madrid, 1989
IBN
YUBAYR, A través de Oriente (rihla), introducción,
traducción, notas e índices de Felipe Maíllo Salgado, Alianza, Madrid, 2007
Viajar en la Edad Media, Semana de Estudios Medievales
19º 2008 Nájera, Instituto de Estudios riojanos, Logroño, 2009
Aurora González Artigao
Aurora González Artigao
No hay comentarios:
Publicar un comentario